7.6.09

A propósito de la novela que leemos...

Lo que dice Pennac en este derecho me libera de cierta culpa (tonta culpa) por disfrutar como cuando tenía 15 años de una lectura como Los vivos y los muertos. Si es buena o mala no es el caso, lo que sí es indiscutible es que tiene emocionalmente prendados a la mayoría.
Nos vemos mañana en la biblioteca.

Gustave Flaubert,
autor de 'Madame Bovary'.

6
El derecho al bovarismo
(enfermedad de transmisión textual)


Eso es, grosso modo, el bovarismo, la satisfacción inmediata y exclusiva de nuestras sensaciones: la imaginación brota, los nervios se agitan, el corazón se acelera, la adrenalina sube, se producen identificaciones por doquier, y el cerebro confunde (momentáneamente) lo cotidiano con lo novelesco.
Es nuestro primer estado colectivo de lector.
Delicioso.
Pero bastante pavoroso para el observador adulto que, casi siempre, se apresura a agitar un «buen título» bajo las narices del joven bovariano, gritando: —Bueno, supongo que Maupassant es «mejor», ¿no?
Calma…, no cedamos al bovarismo; digámonos que, a fin de cuentas, la propia Emma no era más que un personaje de novela, es decir, el producto de un determinismo en el que las causas sembradas por Gustave sólo engendraban los efectos —por verdaderos que fueran— deseados por Flaubert.
En otras palabras, no porque un joven coleccione novelas rosa acabará tragándose un cucharón de arsénico.
Forzarle la mano en esta fase de sus lecturas significa separarnos de ella renegando de nuestra propia adolescencia. Y también privarla del placer incomparable de desalojar mañana, y por sí misma, los estereotipos que, hoy, parecen arrojarla fuera de ella.
Es de sabios reconciliarnos con nuestra adolescencia; odiar, despreciar, negar o simplemente olvidar el adolescente que fuimos es en sí una actitud adolescente, una concepción de la adolescencia como enfermedad mortal.
De ahí la necesidad de acordarnos de nuestras primeras emociones de lectores, y de levantar un altarcito a nuestras antiguas lecturas. Incluidas las más «estúpidas». Desempeñan un papel inestimable: conmovernos de lo que fuimos riéndonos de lo que nos conmovía. No hay duda de que los muchachos y las muchachas que comparten nuestra vida ganan con ello en respeto y en ternura.
Y luego decirse también que el bovarismo es —junto con alguna más— la cosa mejor repartida del mundo: siempre la descubrimos en el otro. No es extraño que a la vez que vilipendiamos la estupidez de las lecturas adolescentes, colaboremos en el éxito de un escritor telegénico, del que nos burlaremos tan printo como haya pasado de moda. Las modas literarias se explican ampliamente por esta alternancia de nuestros entusiasmos iluminados y de nuestros repudios perspicaces.
Jamás crédulos, siempre lúcidos, pasamos el tiempo sucediéndonos a nosotros mismos, convencidos para siempre de que madame Bovary es el otro.
Emma debía compartir esta convicción.

Bibliografía:
PENNAC, Daniel, Como una novela, Anagrama Colección Argumentos, España, 11ª ed., 2006, 159-160 pp.

* La reproducción es usada para fines didácticos y su contenido es propiedad de su autor

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