29.3.09

¡No me gusta leer!


Cada domingo, a partir de hoy, les estaré publicando uno de los 10 «derechos imprescriptibles del lector» que formula Daniel Pennac en su libro Como una novela. Espero sus comentarios y reflexiones en este espacio o durante el taller.


El cómo se leerá*
(o los derechos imprescriptibles del lector)

1
El derecho a no leer

Como toda enumeración de derechos que se precie, la de los derechos de la lectura debe abrirse por el derecho a no utilizarlo —en este caso el derecho a no leer—, sin el cual no se trataría de una lista de derechos, sino de una trampa perversa.
Para comenzar, la mayor parte de los lectores se conceden cotidianamente el derecho a no leer. Aunque afecte a nuestra reputación, entre un buen libro y un mal telefilm, el segundo vence al primero con mucho mayor frecuencia de lo que nos gustaría confesar. Y además, no leemos continuamente. Nuestros períodos de lectura se alternan muchas veces con prolongadas dietas en las que la sola visión de un libro despierta los miasmas de la idigestión.
Pero lo más importante es otra cosa.
Estamos rodeados de cantidad de personas totalmente respetables, a veces tituladas e incluso «eminentes» —algunas de las cuales poseen bibliotecas interesantes—, pero que no leen jamás, o tan poco que nunca se nos ocurriría la idea de regalarles un libro. No leen. Sea porque no sienten la necesidad, sea porque tienen demasiadas cosas que hacer aparte de leer (pero eso equivale a lo mismo, es que ese aparte las colma o las obnubila, sea porque alimentan otro amor y lo viven de una manera absolutamente exclusiva. En suma, a esas personas no les gusta leer. No por ello son menos tratables, e incluso son de un trato muy agradable. (Por lo menos no nos piden en cualquier momento nuestra opinión sobre el último libro que hemos leído, nos evitan sus reservas irónicas sobre nuestro novelista favorito y no nos consideran unos retrasados por no habernos precipitado sobre el último Tal, que acaba de salr en la editorial Cual y del que el crítico Enterado ha hecho los mayores elogios). Son tan «humanas» como nosotros, absolutamente sensibles a las desdichas del mundo, preocupadas por los «derechos del Hombre» y entregadas a respetarlos en su esfera de influencia personal, lo que ya es mucho, pero hete aquí que no leen. Son muy libres de no hacerlo.
La idea de que la lectura «humaniza al hombre » es justa en su conjunto, aunque experimente algunas deprimentes excepciones. Se es sin duda algo más «humano», y entendemos por ello algo más solidario con la especie (algo menos «fiera»), después de haber leído a Chéjov que antes.
Pero evitemos acompañar este teorema con el corolario según el cual cualquier individuo que no lee debiera ser considerado a priori un bruto potencial o un cretino contumaz. Porque, si no, convertiremos la lectura en una obligación moral, y esto es el comienzo de una escalada que no tardará en llevarnos a juzgar, por ejemplo, la «moralidad» de los propios libros en función de los criterios que no sentirán ningún respeto por otra libertad inalienable: la libertad de crear. A partir de entonces, el bruto seremos nosotros por muy «lector» que seamos. Y bien sabe Dios que brutos de este tipo no faltan en el mundo.
En otras palabras, la libertad de escribir no puede ir acompañada del deber de leer.
En el fondo, el deber de educar consiste, al enseñar a los niños a leer, al iniciarlos en la Literatura, en darles los medios de juzgar libremente si sienten o no la «necesidad de libros». Porque si bien se puede admitir que un individuo rechace la lectura, es intolerable que sea —o se crea— rechazado por ella.
Es inmensamente triste, una soledad en la soledad, ser excluido de los libros…, incluso de aquellos de los que se puede prescindir.

Bibliografía:

PENNAC, Daniel, Como una novela, Anagrama Colección Argumentos, España, 11ª ed., 2006, 145-147 pp.

* La reproducción es usada para fines didácticos y su contenido es propiedad de su autor.